Escribe: Luzmán Salas Salas
Hace algún tiempo, el
destino feliz me dio la oportunidad de ser escuchado en los claustros
académicos de la Universidad Nacional de Cajamarca, en la Especialidad de
Lengua y Literatura, de la Facultad de Educación. Al abrirse el aula, también
se abría mi corazón porque al frente tenía un inquieto grupo juvenil de
alumnos. Y entre ellos sobresalía Consuelo Lezcano Ruiz, no solo por su elevada
talla corporal, sino también por su notable avidez de conocimientos literarios.
No sé si mis lecciones respondieron a sus cálidas expectativas, pero años
después me reencontré con ella para gozar de su tridimensional grandeza humana:
Enfermera, Profesora y Periodista.
Hace poco tiempo, Consuelo
Lezcano Ruiz, haciendo gala de su acendrada vocación literaria, dejó en mis
manos y frente a mis pupilas, su libro dúplex con los títulos Estaciones de la ausencia (poesía) e Historias vitales (prosa), en torno a
los cuales, según mi óptica modesta, doy algunas impresiones.
Estaciones de la ausencia exhibe lirismo íntimo, puro, cristalino,
recóndito, insuflado de ardoroso romanticismo, teñido a veces de límpida y
tierna emoción infantil, arrullada y mecida con la canción de cuna, para
crisparse luego y elevarse hacia la dimensión de la protesta y la denuncia
humana y social (la noche insomne, /
mordiendo tu existencia, / te hace tiritar.)
Añoranza y nostalgia se
plasman en eclosión sentida de vivencias familiares en la espera ansiosa de la
voz ausente. Los versos trasuntan dolorida evocación de la infancia y juventud
de la autora. El recinto del hogar aparece lejano en el tiempo, pero cercano en
el afecto familiar. La madre, en la emoción filial de Consuelo, es un templo de
amor al cual la hija ingresa reverente gracias al entrañable recuerdo. El yo
poético se derrama en amor maternal y filial con vívido anhelo de esperanzada
fraternidad y paz. El aliento poético se eleva en metáforas sugerentes cuando
el tiempo –como también lo han logrado otros poetas al tomar como referentes
los meses de setiembre, diciembre o enero- se convierte en recinto continente
de la pena y la tristeza (duerme la
humanidad / de tu presencia / en los febreros de mi pena). No solo
discurren efluvios de intimidad, sino también versos descriptivos del mundo
exterior, como se puede apreciar en el poema “Natura”.
Historias vitales plasma una prosa cuidada, correcta, pudorosa,
eufónica, sin excesos retóricos, orlada con precisa adjetivación, palpitante de
gratitud y reconocimiento a los célebres personajes del ayer con quienes
compartió su infancia y juventud. Las páginas de Historias vitales logran verdaderas estampas humanas de algunas prominentes
y paradigmáticas figuras de la poesía, la salud y la educación en Cajamarca,
como Amalia Puga de Losada, Sara Mac Dougall, Dismas Emerson y Carmen Luz
Requejo. A dichas páginas se agrega la prosa evocadora, poética y valorativa
bajo los títulos de Mi escuelita Elemental, institución forjadora de importantes
personalidades, Carta al hijo ausente, brotada del hondón de amor maternal ante
la ausencia hecha presencia, El Trino de los Zorzales, sinfonía de palabras en
sintonía con el trino de los zorzales, Nanita, conmovedor relato del aliento
extinguido de una humilde niña, y A una poeta y sus versos, renglones
laudatorios y de reconocimiento a la poetisa de trajines incansables Socorro
Barrantes Zurita, autora del canto lírico Mujeres
de agua, fuego, tierra y viento.
Así, pues, el ejercicio
estético de Consuelo encuentra el cauce de orillas conducentes hacia la
introspección y la revelación de afectos y sentimientos íntimos.
Felicito a Consuelo
Lezcano Ruiz por su indesmayable inquietud cultural y por incorporarse con
singulares méritos en la pléyade de cultores literarios de Cajamarca.