ENTRE LAS
ESPIGAS Y EL ALBA
Por
Guillermo Manuel Torres Ruiz
27 DE
JULIO DEL 2020
Fue la
madrugada de este veinte y siete de Julio,
día
patrio en que nuestros corazones
se
fragmentan por el dolor de tu rápida partida,
en que el
alba escuchó tu último grito de justicia,
con tu
serenidad de siempre,
con tu
bondad cotidiana en tu franca sonrisa.
Luchador
de tantas batallas magisteriales,
generoso
líder de las nobles causas,
que
enarbolaste tu bandera de existencia,
con tesón
y sin macha
siempre
llevando en tus manos tu principio sin par: la justicia,
noble
maestro, de la estirpe de los amautas incomprendidos,
que sello
su vida con el lema “solidaridad para todos”,
Generoso
padre que llevas estampado en tu corazón
tus tres
raíces muy amadas, Karla, Nicolai y Nathaly
y que aún
se sorprenden de tu partida,
tan
veloz,
tan
ráfaga,
como el
suspiro del aire que no piensa su recorrido
o como el
pétalo que viaja hacia el infinito sin retorno,
buscando
recrearse en los silencios,
tal vez
refugiándose en el manto de tu dolorosa
que
acompañó tu camino largas travesías.
Fuiste
gran hijo, fiel esposo, noble amigo,
que
supiste amar a la naturaleza,
y que te
prodigó de tanto amor
e hizo
brotar de tus manos tanta semilla de cariño.
Adiós
Carlos en esta hora en que el adiós se acorta con las palabras,
adiós
hermano mío, que nos alimentamos de la misma olla de barro,
de las
manos generosas de mamá Alicia que hoy está a tu lado,
de las
cachangas de trigo y las mermeladas de piña
que
ayudabas a preparar en el fogón de nuestra pobreza,
llenando
nuestra alforja de cariño e hinchando nuestro pecho de orgullo
por haber
saciado nuestra hambre con bondad y ternura.
Adiós
guerrero de la justicia que cabalgas encima del espinazo del arco iris
buscando
otros siderales mundos para seguir liderando
la defensa
de los derechos, la solidaridad por los más necesitados
la paz
por los abandonados y desposeídos.
Adiós
Carlos, que nos dejas tus valores como herencia
tu
sonrisa como recuerdo, tu generosidad como respaldo familiar.
Adiós
hermano en este sol de tarde que te saluda en la casa eterna
en donde
te espera Natalio, Horacio, Jesús y Leovigildo, los tíos
que
pregonaban tu nobleza y tu grandeza de persona.
Adiós
hermano del alma que dejas empapado nuestro rostro
con tanta
lluvia, te alejas muy despacio
y en séquito
tu sobrino Guillermo Omar
te recibe
en ese reino, a través de un arco de triunfo,
junto con
tus amigos del alma que te llevaron la delantera,
y que hoy
te esperan con sus rostros de gloria.
Adiós
Carlos Juan, en este sideral momento,
en que el
Señor te escogió exiliarte para siempre,
en esa
extraña curvatura del tiempo,
donde
algún día nos volveremos a encontrar
a través
una nueva luna de armonía y de ternura.
Ya la
penumbra se acerca, la nave se va, y con tu enorme sonrisa
te
despides hacia tu nueva morada, que los dioses andinos
vigilen
tu rápida huida, hermano mío,
Te llevas
esa anhelada pregunta de nuestras vidas
¿Cuándo
nos volveremos a encontrar?