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Poesías infantiles de María Elena Walsh

María Elena Walsh es una poeta que nació el 1 de febrero de 1930 en Ramos Mejía, suburbio de la ciudad de Buenos Aires. Finaliza sus estudios en la Escuela Nacional de Bellas Artes, a los 17 años, cuando escribió su primer libro : 'Otoño Imperdonable'. Ya antes, en 1945, había publicado sus primeros versos en la revista 'El hogar' y en el suplemento literario de 'La Nación'.
Invitada por Juan Ramón Jiménez, viajó a los Estados Unidos en 1948. En 1952 partió hacia Europa, viviendo en Paris durante 4 años. En esta época empieza a escribir versos para niños. En 1959 escribe guiones para televisión, radios, canciones para niños y obras de teatro. Toda su rebeldía, su desencanto, su oposición, su amor a la naturaleza y a los niños han quedado reflejados en numerosos poemas, novelas, cuentos, canciones, ensayos y artículos periodísticos.

Había una vez una vaca 
en la Quebrada de Humahuaca. 
Como era muy vieja, muy vieja, 
estaba sorda de una oreja.

Y a pesar de que ya era abuela 
un día quiso ir a la escuela. 
Se puso unos zapatos rojos, 
guantes de tul y un par de anteojos.

La vio la maestra asustada
y dijo: - Estas equivocada. 
Y la vaca le respondió: 
¿Por qué no puedo estudiar yo?

La vaca, vestida de blanco, 
se acomodó en el primer banco. 
Los chicos tirábamos tiza 
y nos moríamos de risa.

La gente se fue muy curiosa 
a ver a la vaca estudiosa. 
La gente llegaba en camiones, 
en bicicletas y en aviones.

Y como el bochinche aumentaba 
en la escuela nadie estudiaba. 
La vaca, de pie en un rincón, 
rumiaba sola la lección.

Un día toditos los chicos 
se convirtieron en borricos. 
Y en ese lugar de Humahuacala 
única sabia fue la vaca.

Manuelita la tortuga


Manuelita vivía en Pehuajó 
pero un día se marchó. 
Nadie supo bien por qué 
a París ella se fue 
un poquito caminando 
y otro poquitito a pie.

Manuelita, Manuelita, 
Manuelita dónde vas
con tu traje de malaquita 
y tu paso tan audaz.

Manuelita una vez se enamoró 
de un tortugo que pasó. 
Dijo: ¿Qué podré yo hacer? 
Vieja no me va a querer, 
en Europa y con paciencia 
me podrán embellecer.

En la tintorería de París 
la pintaron con barniz. 
La plancharon en francés 
del derecho y del revés.

Le pusieron peluquita 
y botines en los pies.
Tantos años tardó en cruzar 
el mar que allí se volvió a arrugar 
y por eso regresó vieja como se marchó 
a buscar a su tortugo que la espera en Pehuajó.



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