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Literatura para niños y jóvenes: una ciudad llena de puentes
Liliana Bodoc 
Leer, claro está, es la capacidad de decodificar los signos lingüísticos e interpretar su significado. A estas alturas parece innecesario ejercer la defensa de la alfabetización. Sin embargo, aún queda por universalizar la importancia de la lectura jerarquizada. Me refiero a la lectura que compromete tanto al intelecto como a la emoción; a la lectura como una instancia reflexiva, crítica y creativa.

 Leer, como acto pleno y completo, se relaciona con la posibilidad y la capacidad de tratar con textos que trasciendan lo meramente informativo o pragmático. Textos muy diferentes a aquellos otros, alienantes y soporíferos, que nada nos dicen de nosotros mismos y de nuestro mundo. Leer literatura, acceder a sus lenguajes, sus temáticas, sus virtudes estéticas, es un ejercicio de humanización y libertad.
 Y como leer literatura no es leer cualquier otra cosa, se necesita de una lectura particular. La literatura requiere que las palabras se queden un rato en la boca y otro rato en el corazón. Necesita de lectores capaces de aceptar los desafíos, las demoras, las incertidumbres. Intentemos no transformarnos en lectores de mercado, apurados, incapaces de soportar los caminos, a veces arduos, del texto literario.
 Solemos atribuir a los niños y a los adolescentes la necesidad irreductible de reconocerse y reflejarse en el texto a través de los personajes, el argumento y el lenguaje. Mi experiencia me demuestra que esa hipótesis es inexacta. Ellos suelen ser mucho más generosos y estar más dispuestos a aceptar la “otredad” en literatura que nosotros, lectores adultos. Dicho de otro modo, son capaces de reconocerse en personajes extraños, fantásticos, indefinibles. Pueden encontrar referencias de sí mismos en un emperador chino, un dragón, un abuelo siberiano, una bailarina de otros siglos. Nosotros, tan serios y tan adultos, creemos que solo somos seres humanos.      
 Según creo, escribir para niños redobla la obligación del pensamiento poético. La literatura escrita para niños y adolescentes es profundamente metafórica y connotativa. Esto la acerca al lenguaje poético. Por ejemplo, Alicia en el País de las Maravillas ha sido decodificada de muchos modos, todos genuinos y necesarios. Hay, sin embargo, una manera de entender ese texto que me resulta especialmente atractiva: Alicia en el País de las Maravillas postula el aprendizaje a través del arte.
 Alicia llega cargando su bagaje de practicidad, sentido común, pensamiento inductivo, racional, con su mundo de mandatos unívocos: esto es esto. Llega y se encuentra con personajes que, de un modo u otro, se plantean como artistas. Y no porque sean practicantes de una disciplina artística —eso no es lo más importante—; son artistas porque piensan artísticamente la realidad: atraviesan la lógica establecida, proponen pensamientos alternativos y soluciones nuevas, comprenden, en definitiva, que la realidad puede y debe problematizar y resolverse con miradas distintas, inéditas y valientes.   
 La pequeña Alicia va encontrándose con seres que impugnan la idea de que hay un único modo “serio” de conocer el mundo. Seres que le cuestionan su alto sentido de la utilidad y, en cambio, se regodean en lo inútil.
Asimismo, la literatura juvenil no es, no debe ser, divulgación literaria. No consiste en un conjunto de textos que preparan a las personas para que un día puedan acceder a la literatura con mayúsculas, o bien subsanan para el diario vivir unos saberes deficitarios. Literatura infantil, juvenil, literatura para adultos... son ramas de la misma disciplina. 
La divulgación de la física, por ejemplo, no produce teoría, no genera, a través de determinadas metodologías, conocimientos nuevos. La divulgación científica “traduce” a un registro coloquial las producciones de la ciencia. En cambio, la literatura juvenil (literatura antes que nada) se enfrenta a la tarea de resignificar y organizar el lenguaje para que alcance categoría estética. En literatura juvenil no hay traducción, sino producción positiva y de primera mano. 
Un escritor de literatura para niños o adolescentes, como cualquier otro, se enfrenta a búsquedas y decisiones conceptuales y formales, no evade ni minimiza las dificultades. La literatura juvenil no es precalentamiento; es pleno juego.  Exactamente igual que en un relato para adultos, si pretendemos que la literatura para niños y adolescentes sea eficiente, en este cometido debemos pararnos en el extremo opuesto a la obviedad, al panfleto, y crear textos con espacios abiertos para la vacilación y la duda . En literatura, la contundencia del contenido solo se logra por la contundencia de la propuesta estética.  
Sabemos que, en un alto porcentaje, hablar de literatura infantil y juvenil es hablar de promoción literaria; pensar en ella es palidecer ante la pregunta ¿cómo hacemos para que los chicos lean? 
Si acaso fuera esa la pregunta, mi respuesta personal sería: hagamos literatura y no discursos facilistas y moralizantes; hagamos poesía, pongamos a nuestros niños ante la maravillosa dificultad de la literatura, ante la ambigüedad de un buen cuento. Solo así la lectura tenderá sus infinitos puentes; puentes hacia el otro, hacia nosotros mismos, hacia la emoción inteligente, hacia el control de los miedos y de las culpas. Hacia el pasado y el futuro. Y, mejor todavía, un puente hacia el instante presente, lo cual solo la poesía puede construir.


Por Liliana Bodoc (Argentina)

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