ELEMENTO VIVENCIAL[1]
Fue
allá por el año de 1953 en la provincia de Cutervo, donde ejercíamos la
docencia secundaria y en donde tuvimos la oportunidad de ser actores de un
suceso que dejó hondísima huella en nosotros; de la muerte de una dulce
palomita y de la creación de una pequeña elegía en su memoria.
Pero
veamos cómo fue tan especial suceso. Los fines de semana, a guisa de descanso y
de recreación, la mayoría de los profesores llamados “foráneos” del Colegio
Mixto “Toribio Casanova” (Hoy Gran Unidad Escolar), solíamos ir en excursión a
un templado valle llamado Sucse, a pocos kilómetros de Cutervo. Nuestro afán
era el de gozar del sol y del paisaje florecido y rumoroso de esa abra de
encantamiento que contrariamente a lo que acontecía en Cutervo al que dejábamos
lluvioso, esplendía como todo un paraíso bucólico que nos recordaba a
Santillana o a Fray Luis de León. Y bien, en este escenario privilegiado
dábamos rienda suelta a nuestra despreocupación; pescando cashgas en el
río límpido y cantarino; jugando a las cartas o a la pelota; cazando perdices y
palomas. A decir verdad, en lo que a nosotros respecta, únicamente
acompañábamos a nuestros colegas sin tomar parte directa en la caza. Empero,
como en algunas oportunidades habíamos alardeado que en el Polígono General
Muñiz, como estudiantes de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, éramos
grandes tiradores, se nos obligó a dar razón de nuestras mentadas
“habilidades”. Y así lo hicimos: en la rama de un corpulento árbol una pequeña
paloma iluminaba candorosa el campo de trigo en sazón. Azuzado por nuestros
colegas, disparamos. Y lo hicimos con tal puntería que la palomita cayó
mortalmente herida para beneplácito de todos, incluso para el nuestro.
Cuando
la tarde moría y con la algazara explicable, contamos los trofeos, que fueron
muchos. Luego, los freímos y degustamos con fruición y buen vino.
Horas
más tarde, y cuando el silencio reinaba en nuestras tiendas de campaña, recién
hubimos de darnos cuenta de que la alegría que experimentamos al ver caer a la
palomita no era sino fruto de la exaltación de nuestra vanidad. Desde entonces
nos culpamos por ello.
Mas,
días después del suceso cruento del que fuimos actores se apoderó de nuestra
mente y corazón una rarísima sensación de infelicidad y tristeza, que devino en
el deseo perentorio de dar testimonio de nuestro salvajismo. Y por qué no, de
nuestro arrepentimiento. Y escribimos el poema:
ELEMENTO
CREACIONAL
A
lo puramente vivido; a los factores inherentes al suceso en mención: la
inofensiva palomita retozando en las ramas de un árbol; el paisaje multicolor y
su remanso de paz; el aire apacible; el hombre y su carga de mundo, de sangre,
sacudieron nuestra mente: “… elementos racionales, afectivos y volitivos…” que
se fundirían en un todo armonioso hasta” … lograr, así, la auténtica conmoción
psíquica o vibración profunda del ánimo”[2],
1ue nos permitió plasmar, en una pequeña elegía para nuestro permanente
recuerdo y humana reflexión, sin saber cómo, el fruto de sincerísima contrición
y ternura.
PEQUEÑA ELEGÍA
A LA PALOMA
El aire, cómplice del hombre,
llevó en su sueño
la muerte.
Fue una muerte dulce.
alada
la que rodó apacible
por la hierba.
¡Cuán bella parecía
en su mudez anclada,
en su ebria mudez de altura,
la paloma!
Fue una muerte dulce,
alba
la que cayó del cielo
como un beso.
No había herida en el eco,
no había herida en los ojos,
sólo un corazón
que sangraba sin protestas
en la hierba
De: La voz elemental, 1955.