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RESEÑA BIOGRÁFICA

       Ciro M. MENDOZA BARRANTES, nació el 10 de Diciembre de 1958, en el Distrito de San Silvestre de Cochán, Provincia de San Miguel – Cajamarca – Perú.  es el segundo de 11 hermanos; sus estudios primarios los realizó en la Escuela Estatal de su Distrito, aproximadamente a una hora de distancia de su domicilio, la secundaria lo realizó en el Colegio “San Andrés” de Llapa, casado con la licenciada en educación Ana C. SOLIS ARISPE, matrimonio con quien tiene cinco hijos. En la actualidad es Sub Oficial Superior en retiro de la  Policía Nacional del Perú. Escritor autodidacta y ha obtenido reconocimientos a nivel nacional y regional. A la fecha ha publicado cuatro  pequeñas obras literarias  tres en narración (cuento) y una en poesía.




 EL VIEJO ALISO DE LA QUEBRADA

(1er. Premio  año 1985 a nivel nacional, organizado por el INFOR, publicado en el libro “El monito de Peluche y otros cuentos” 1986)

Un viejo aliso de barbas blancas y enjutas, cubierto su cuerpo y ramas de popapopas, vivió solitario junto a una quebrada, sus días fueron tristes y sus noches fúnebres. Vio pasar el invierno y luego el verano de uno y otro año. Sólo pajarillos de vez en cuando alegraban sus hojas con alegres cantos; a sus pies crecían unos matorrales; por su raíz pasaba una bocatoma que llevaba el agua a otros lugares. Su copa llegaba cerca de las nubes.
Siempre su semilla caía al agua, ésta arrastraba los pequeños granos para enterrarlas en  profundas pozas. Mas un día el buen viento arrojó semillas en tierra fecunda, entre matorrales y hierbas delgadas.
Pronto tendré compañía – se alegró el viejo esperando con ansias ver crecer sus frutos.
Larga fue la espera, bueno el resultado, por dentro de zarzas y pequeños montes asomaron plantas de hojas verdosas que día a día crecían y crecían, dejando tras ellas a pequeños arbustos. En el mes de agosto, en tiempo de viento, los árboles ya grandes jugaban alegres alrededor del viejo y siempre con el viento se daban un beso. El aliso viejo cantaba de gozo y con sus ramitas les daba n abrazo.
Los árboles ya maduros lo que quiso el viejo soñando en las noches albergar en sus ramas a bellas torcazas. Una hermosa tarde llegó una bandada y se posaron todas en sus viejas ramas. Desde aquella tarde el viejo no se sintió viejo. Feliz sonreía en noches de luna. Todas las torcazas allí se quedaron el viejo aliso los veía contento; como se amaron y pronto sus nidos allí fabricaron. Vio poner los huevos, nacer los pichones y con gran jolgorio volar en sus ramas.
Las liebres parduscas en medio del bosque sus nidos formaron y a la luz de la luna, alrededor del viejo en rondas jugaron.
La felicidad no dura y siempre perdura la melancolía. Un día llegaron cargando en sus hombros, hacha, machete, serrucho y calabozo. Al único bosque que allí encontraron; hombres que empezaron por rozar el monte y cortar los árboles de aliso en la pequeña floresta. Éstos se quejaron y lloraron mucho al sentir el hacha morder su corteza  y malograr su carne. Con mucho estruendo caían y caían hasta no quedar ya en pie ninguno.-Cortemos al viejo -Los hombres dijeron.
-El viejo no sirve porque está muy viejo – contestaron otros.
     -Servirá para tabla - otro hombre les dijo.
     -Será otro día porque ya es muy tarde – dijeron entonces.
Luego descascararon a los ya caídos. El viejo miraba con ojos llorosos. Y pareció el viejo volverse más viejo.
Y desde ese día las aves se fueron a tierras extrañas para no volver. Los que si volvieron fueron esos hombres, que con mansas yuntas cargaron los troncos de todos los muertos y en fuertes caballos llevaron sus ramas.
Toda la madera sirvió para que hagan una casa blanca allá en la colina y las ramas gruesas sirvieron de leña para los fogones; sólo allí quedaron las más chiquitinas envueltas en luto con los pequeños matorrales  que fueron cortados.
Un día de sol llegó un solo hombre y prendió en llamas lo que quedó del bosque.
Herido aquel viejo, se quedó parado junto a la quebrada y murió de viejo de dolor y pena.
Las liebres se fueron, nunca más volvieron y donde fue el bosque, ausente un buen tiempo, ni yerbas crecieron.
Hombres y mujeres lloraron y lloraron, no tuvieron troncos para sus viviendas, ni tampoco leña para los fogones y todos se quejaron por destruir el único bosque que allí tuvieron.


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